sábado, 15 de abril de 2017

Hagamos caso a Quevedo





Kim Jong-un acaba de lanzar un órdago a los Estados Unidos, amenazando con la guerra nuclear. Ese tipo tiene más peligro que un mono con una ametralladora. Días pasados, con motivo de la exhibición militar conmemorativa del 105 aniversario del fundador del país, Kim Il-sung, se pudieron tomar imágenes de unos misiles intercontinentales de mucho cuidado. Supongo que no serian de cartón-piedra. Pero el mundo civilizado, lejos de ponderar tal bravuconada, ha preferido aprovechar estos días festivos descansando en las playas o viendo procesiones, que también es un acto de contrición. Ese niño gordo aberrante, en palabras del senador americano McCain, necesitaría, además de cambiar de peluquero, que le metieran por el ojete, como medida precautoria y sin ánimo de molestar, unos chiles habaneros para que dejase de decir tonterías y echase a correr hasta el paralelo 38 como alma que lleva el diablo. Ya lo dijo Francisco de Quevedo: “Pero ¿cuándo por el pacífico y virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud ni guerra?”. El tirano Kim Jong-un pretende que Donald Trump se cague de miedo ante sus amenazas. Pero el repeinado Trump, que tiene buen peluquero y acaba de tirar de la cadena para arrastrar la “gran bomba” contra los  yihadistas, parece estar tranquilo y con el vientre exonerado: “Cual trueno, el caldo resonar se siente / en mi buche; se sigue un estallido, / y en voz baja un papar; luego despedido / un pappappar ruidoso; y finalmente /  con un pappappappar alborotado, / hago la caca, y quedo sosegado”.

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