jueves, 15 de junio de 2017

Desfibriladores de gilipollas




Cuenta Antonio Burgos en su artículo “¿Madres guardadoras?” en ABC que “don Amancio Ortega, más que esos carísimos aparatos para la lucha contra el cáncer cuyo regalo le han rechazado los muy cretinos, tenía que haber donado un desfibrilador de gilipollas”, al hacer referencia a la Junta de Andalucía, que ha publicado los impresos de solicitud de plazas para los colegios públicos y concertados, en los que ya no aparece la palabra “padre” o “madre” sino “persona guardadora 1” y “persona guardadora 2”. En efecto, no sé adónde de vamos a llegar con tanta idiotez. Por todos es sabido que existen niños con padre y madre, o con dos padres, o con dos madres, o monoparentales. Es, no sé, como cuando se dice los ciudadanos” y “las ciudadanas”, “los niños” y “las niñas”. Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Ricardo Senabre, en una Tercera de ABC, el día 2 de abril de 1997, y bajo el título “Compañeros y compañeras” planteaba la protesta frente a este tipo de desdoblamientos, y sobre todo contra el abuso de tales prácticas: “No hace mucho tiempo –escribía Senabre-- callejeaba yo por Buenos Aires cuando vi que había muchas personas que iban concentrándose en el extremo de una plaza y alrededor de un tingladillo al que acababa de encaramarse un individuo provisto de megáfono. Me acerqué con curiosidad y tuve la suerte de no perder ni una sílaba del discurso, cuyo brioso arranque, que me apresuré a copiar en un papel, era así: ‘Compañeros y compañeras: nuestros delegados y delegadas han hablado ya con los encargados y encargadas de todos los servicios para pedir que la media hora de pausa de los trabajadores y las trabajadoras coincida con la hora de ocio de nuestros hijos y nuestras hijas en el jardín de infancia de la empresa’. Confieso que me sentí consternado y [...] se me encogió el corazón”. Seguía escribiendo Senabre: “¿Cómo explicar a ese redentor iluminado que el sexismo no está en las palabras, sino en los comportamientos, en los actos de menosprecio, en las crudas desigualdades salariales? ¿Por qué no lucha el valeroso reformador del idioma contra esas situaciones en lugar de propinar inútiles mandobles a los usos lingüísticos?”. Parecidos mandobles, a mi entender, a los que la Junta de Andalucía utiliza en los impresos de solicitudes de plazas en colegios públicos y concertados. Algo al respecto debería decir La Salvaora Susana Díaz: “Quién te puso Salvaora/ que poco te conocía/ el que de ti se enamora/ se pierde pa’toa la vida...”.

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