domingo, 2 de julio de 2017

Aristón Balduque





Hoy leo en el taco de calendario que es la Jornada de Responsabilidad del Tráfico. Me ha venido a la cabeza el recuerdo de un boticario, Aristón Balduque, que siempre llevaba en la luneta trasera de su Gordini dos pegatinas. Una de ellas era redonda y avisaba de su deseo de recibir el viático en caso de accidente y antes de exhalar su último aliento sobre el asfalto. La otra pegatina señalaba: “San Cristóbal se apea del vehículo cuando se sobrepasan los 100 kilómetros por hora”. Servidor, que toca madera hasta cuando pedalea por el parque en bicicleta,  siempre tuvo cierta reticencia a la hora de montar en el coche de Aristón. No conducía con aseo, siempre cambiaba de marcha con la mano izquierda y daba a la caja de cambios unos serruchazos tremendos. Aristón Balduque era cursillista de cristiandad y pertenecía a la adoración nocturna. Mitigaba el cansancio de sus rodillas en el reclinatorio y frente al altar mayor con pastillas koki, de mentol-penicilina. Aristón también jugaba al guiñote mano a mano en la rebotica cada tarde contra el sobrestante de la Renfe, Ricario Nocito en una mesa camilla con hule donde, además de un cenicero metálico con el anuncio de cinzano, había dos copitas y una botella de anís Las Cadenas, de finísimo paladar. Ricario Nocito le contaba a Aristón Balduque mientras hacían un descanso en el juego que todos los vagones de mercancías llevaban pintadas sus iniciales, o sea R.N. En la radio que había en la alacena de los supositorios sonaba Torre de arena en la voz  de Marifé de Triana: “Como un lamento del alma mía / son mis suspiros, válgame Dios / fieles testigos de la agonía / que va quemando mi corazón... “. Al llegar a ese punto de la canción, a Ricario Nocito le cayó una lágrima gorda. Aristón Balduque aprovechó la sensiblería de Ricario para acercarse a la cocina y levantar la tapa del puchero donde se cocían unos boniatos. El reloj de pared señalaba las ocho menos diez por la hora del Gobierno.

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