lunes, 3 de julio de 2017

La posverdad de algo que nos la trae al pairo





Suelo leer bastantes tonterías en los comentaristas de prensa de papel. Cuando eso sucede, cambio a otra cosa, mariposa. Pero la más gorda de todas las idioteces leídas últimamente viene de la mano de Cayetana Álvarez de Toledo en  El Mundo. En su artículo “La abdicación de Felipe VI”, la columnista señala que “pretender una monarquía sin la memoria de Juan Carlos es como pretender una democracia española sin institución monárquica: hoy por hoy, una distopía revolucionaria. El debate sobre la corona es, en realidad, un debate crucial sobre nuestra ciudadanía". La exageración de la columnista es manifiesta: por distopía entiende el Diccionario de la RAE “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, ¡Toma ya! La democracia española no necesita de ninguna de las maneras de una institución monárquica, menos aún de los actuales herederos de Felipe V. Si alguien con capacidad bastante no me corrige, el entonces príncipe de España fue puesto en escena por Francisco Franco, que deseaba una Segunda Restauración borbónica sin la figura de Juan de Borbón, al que odiaba hasta la grosería. Pero la democracia pudo lograrse de otra manera en aquellas  primeras Cortes Constituyentes. La forma de Estado pudo haber sido perfectamente una República, como la que existe en Francia, en Alemania, en Italia o en Portugal. Pero el miedo insuperable fue causa de que la figura del hoy rey emérito fuese incluida en el “paquete global” de la Constitución de 1978, pese a que los supuestos derechos dinásticos, que para mí no existían (al haber abandonado el trono cobardemente Alfonso XIII en 1931), siguiera ostentándolos Juan de Borbón hasta el 14 de mayo de 1977. El verdadero artífice de la Transición fue el pueblo español. De paso diré que aprovechar  el cuadragésimo aniversario de las primeras elecciones en España para imponer una medalla a Rodolfo Martín Villa me parece un despropósito surrealista y patético. Unas versiones cuentan que La Zarzuela no vio conveniente que estuviese presente en aquel solemne acto el rey emérito. Otras, que éste, el rey emérito, no quiso estar presente al acto en el “gallinero”. Ja, ja, ja... ¿Cuál es la posverdad? Nosotros, los genuinos artífices de la democracia, que por desgracia se ha convertido en una democracia de baja calidad por la corrupción política (sobre la que nada dijo el rey en su discurso) no deseamos ni vemos necesario que se nos pretenda “modelar” la opinión por parte de quiénes estarían mejor callados. Pretender desconectar a los españoles de unos “detalles” que les importan un bledo es, como diría Camilo José Cela, como meneársela con goma higiénica.

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