jueves, 16 de noviembre de 2017

El becerro de los huevos de oro





Lo de la Iglesia (que dicen que “somos todos” pero está dominada por unos pocos) es de libro. Un ejemplo: la Colegiata de Santa María, de Calatayud. Necesitaba arreglos. Se hicieron. El Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento de Calatayud y el Obispado de Tarazona firmaron en septiembre de 2016 un convenio para profundizar en su rehabilitación, con un  presupuesto del Estado y una aportación municipal. La idea era que se pudiese abrir al culto y a las visitas guiadas en 2019. En el documento en su día firmado por la Secretaría de Estado de Infraestructuras, el Estado se comprometía a invertir 2.181.450 millones de euros en varias fases, el Ayuntamiento de Calatayud ayudaría con otros 900.000 euros y el Obispado de Tarazona añadiría una aportación que desconozco. En su día, me refiero al año pasado, dijo el alcalde Aranda que esas reformas de la Colegiata iban a ser “un revulsivo para el turismo”. No sé. Revulsivo, como adjetivo, significa que produce un cambio importante, generalmente favorable. Pero la RAE también reconoce dos acepciones de ese término, relacionadas con la Medicina. Y como el alcalde Aranda es médico, será necesario tocar madera. Un fármaco revulsivo es el que induce la revulsión, es decir, una inflamación de las mucosas como mecanismo curativo; verbigracia: las sustancias purgantes y las que producen vómitos. Y en el lenguaje coloquial, se utiliza como aquello que está en condiciones de modificar algo. Pero revulsivo, también, puede referirse a algo que modifica las condiciones existentes. Y ahí voy. En efecto. Esas condiciones existentes ya se han modificado. De momento, la Iglesia Católica acaba de inscribir la Colegiata de Santa María como de su propiedad. Consta la inscribió en el Registro de la Propiedad de Calatayud en 2015. Se ha sabido dos años después, o sea, ahora, lo que parece un despropósito. Concretamente, fue el 26 de marzo de 2015 cuando el Obispado de Tarazona hizo esa solicitud en el Registro de la Propiedad de la Colegiata, incluida en la lista del Patrimonio mundial de la UNESCO. Se acreditó mediante un certificado que la Colegiata estaba dedicada al culto católico desde hacía más de ocho siglos. Finalmente quedó inscrita en el Registro con un ridículo valor catastral de 460.628’43 euros, con una certificación de superficie de parcela de 2.986 metros cuadrados, y unas dependencias construidas que añaden 6.502,7 metros cuadrados. Para facilitarle al Ayuntamiento la captación de fondos públicos con los que restaurar la Colegiata, el Obispado le había otorgado en diciembre de 2014 una cesión de uso cultural con ciertas condiciones. En resumidas cuentas: el Estado y el Municipio pagan los necesarios arreglos, la Iglesia Católica la inscribe posteriormente como propiedad suya; y ahora, ¿qué pasará? Pues, sencillamente, que unos espabilados funcionarios del Cielo, adoradores del becerro de los huevos de oro, que son más gordos que los del caballo de Espartero en el Espolón de Logroño, cobrarán la entrada al ciudadano que desee visitar la Colegiata de Calatayud, como viene sucediendo vergonzosamente en La Seo zaragozana y en todas las catedrales de España.

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