lunes, 27 de noviembre de 2017

Que llueva, que llueva...





Según datos estadísticos, el 70% de los españoles se declaran católicos. Otra cosa es que muchos de ellos no sean practicantes. Lo cierto es que las fiestas patronales en los pueblos y las romerías a las ermitas de los cerros siguen celebrándose, que las ofrendas marianas son un hecho, que la Semana Santa mueve a miles de cofrades procesionando por las calles de ciudades y pueblos, y que los latinajos dichos en boca del sacerdote y las bendiciones hisopando agua bendita suenan todavía entre la feligresía como algo “raro” propio de un chamán. Lo que ya no sé es la razón por la que han dejado de procesionar al santo patrón pro pluvia en periodos de sequía. Parece que se estuviese desinflando el fervorín. En el Pirineo aragonés (en la foto), por ejemplo, existen los esconjuraderos  (pequeños templetes de piedra de los siglos XVI al XVIII situados cerca de las parroquias), que antaño eran destinados a practicar rituales para conjurar tormentas y otros peligros que amenazaban las cosechas. En Castilla, en cambio, se ponía el esparadrapo antes de que se produjera la herida, y formaba parte del Derecho consuetudinario que las campanas de los templos tocasen “a nublao” desde el 3 de mayo hasta el 14 de septiembre, periodo considerado como de mayor número de peligrosas tormentas. El que evitaba la tentación, quitaba el peligro. Además de ello, existían amuletos para disipar los malos presagios, como era la cruz de Caravaca, con culto de latría contra el mal de ojo, los maleficios, y que alimentaba la superstición de algo que para la gente de entonces se antojaba alucinante; y que hoy se conoce como el “espectro de Brocken”, que no es otra cosa que un fenómeno de refracción de los rayos solares que puede verse en cualquier ladera montañosa. El nombre proviene del pico alemán Brocken, situado en los montes Harz, donde son frecuentes las nieblas, descrito por primera vez por Johann Silberschlag en 1780. De la misma manera, la aureola de los santos expuestos al culto en los altares de todas las iglesias es la parecida aureola (círculos de Ulloa) que rodea la cabeza de los alpinistas, formada por anillos de luz que aparecen frente al sol cuando la luz solar se refleja por las una nube de gotas de agua. Otra historia curiosa es la de la Virgen de la Cueva. No se refiere a la virgen existente en la parroquia de  Ques (Asturias), cerca de Infiesto, sino a otra, a la existente en la Cueva del Latonero de la localidad castellonense de Altura. Sobre esa imagen se cuenta que en 1726 la región valenciana sufrió una sequía general que puso en peligro las cosechas. Se trasladó a la imagen de la Blanca Paloma y los labradores de pueblos de alrededor le rogaron, según indican las crónicas, diciendo: no plourà fins que no ixca la palometa. Parece ser que aquel 27 de febrero amaneció lloviendo y nevando y no pararía hasta una semana después, cuando se anegaron todas las huertas regadas por el Turia. De ahí la canción infantil popular: “Que llueva que llueva...”.

No hay comentarios: