Hoy me ha hecho gracia, que no está mal para arreglar el día
de san Martín de Tours, Antonio Burgos con su artículo “La
plaza de señorito” en la edición sevillana de ABC. Y sobre el conjunto de su exposición periodística, casi
siempre sagaz, resalto dos cosas: una, el viejo dicho: “Señores de Sevilla,
señoritos de Jerez y gente de Cádiz”. No sé qué serán los de Córdoba, tan sieso maníos para los sevillanos; y dos,
lo que le decía Fermín Bohórquez
Escribano: “¿Señoritos en El Lebrero?”. “¡Tós tiesos, Antonio, tós tiesos!”.
Pues sí, la verdad. Aquí estamos todos más tiesos que la mojama. Mucho visón y
poco jamón. Por estos pagos carpetovetónicos ya nos clarea la raspa y parece
como si se nos saliese del cuello el corbatín. Somos como antiguos maestros de
escuela, que sabían lo que eran la bisectriz y la hipotenusa pero desconocían
el agradable olor de un contundente cocido madrileño. Ya sabemos todos de qué
pie cojeamos. De nada sirve que salgamos a la puerta del bar con un gin- tonic en copa de balón, encanijada chaqueta de
mil rayas, desmayado pañuelo en el bolsillo superior, mocasines sin calcetines y
peinados con mucha gomina, dispuestos a encender un cigarrillo y hacer
saludines. Ni que sea el sevillano barrio de Los Remedios ni que sea El Tubo, de Zaragoza. Ya digo, todos más tiesos que la mojama, como
aquella mojama que ofrecía en Sevilla al detall un hombre magro frente al bar Iruña, en la calle San Eloy, a
principios de los 70, cuando yo me buscaba la vida en el Sur. Todo tiende a la
estratificación, también los recuerdos.
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