miércoles, 3 de enero de 2018

"defendella y no enmendalla"





Usaré el fino estilo de Antonio Tabucchi para “defendella y no enmendalla”, como refiere Guillén de Castro en “Las mocedades del Cid”. Pues bien, sostienen quienes la conocen, que la reina emérita Sofía de Grecia tuvo que tragarse muchos sapos y culebras durante el reinado de Juan Carlos. Y sostienen, también, quienes la trataron de cerca aunque sólo fuera de forma protocolaria, que siempre supo estar a la altura de las circunstancias, con gran profesionalidad. Pero esos mismos tipos que dicen conocer a la reina emérita, fruncen el ceño al referirse a Letizia Ortiz. Sostiene Jaime Peñafiel que, de haber vivido Juan de Borbón, esa boda regia posiblemente no se hubiese celebrado nunca. En su última columna en República de las Ideas, fechada antes de ayer, Peñafiel recuerda a sus lectores que el cincuentenario de Felipe VI, el próximo día 30 de enero, coincidirá con la caída de su tío Constantino por su tremendo error al ayudar a unos coroneles golpistas, de la instauración de la República en Grecia  y del arribo al poder de dos personajes: Karamanlis y Papandreu. Sostiene Peñafiel que años más tarde, en 1984, Karamanlis, entonces presidente de la República, hizo una visita oficial al Reino de España. Y que, como suele ser habitual en esos casos,  le fue ofrecida una cena de gala en el Palacio Real. Menú compuesto – según sostiene Peñafiel-- de “consomé Embajador; langostinos de Huelva Semíramis con arroz blanco;  polo de perdiz asado, perfumado a la mejorana con puré de castañas y helado de miel con higos frescos, todo ello acompañado de Fino Quinta; Gran Viña Sol, etiqueta verde, Marqués de Riscal; Gran Codorniú, reserva Especial, y brandy Lepanto, solera Gran Reserva”. Y, también, que “Karamanlis, sentado junto a la reina Sofía, en un momento de la cena ‘cometió el error’ de preguntarle a la reina por su hermano. Y que ella, haciendo alarde de una total descortesía impropia de una anfitriona, ni le contestó. Karamanlis, violentísimo ante la actitud de la reina, sentada a su lado en la mesa, como protocolariamente correspondía, intentó ‘justificar su traición’ de diez años atrás. Pero, doña Sofía – así lo sostiene Peñafiel-- le cortó en seco, con un tono de violencia contenida, diciéndole: --Señor Presidente, yo soy la reina de España. No me hable usted de problemas internos de Grecia--. Y que ostensiblemente le volvió la espalda mirando hacia la persona sentada a su otro lado. Esa noche, la reina Sofía no se colocó la banda de la condecoración que, como es habitual, el presidente  griego había intercambiado con sus anfitriones”. Fue la única vez, al menos que se sepa, que la reina Sofía perdió la compostura. Algo que no se debe hacer. Es, por poner un ejemplo (haciendo un ejercicio intemporal), como si cenasen Juan Carlos y Manuel Azaña y, en un momento determinado, Azaña ‘cometiese el error’ de preguntase a Juan Carlos por la salud de su abuelo. Y que Juan Carlos, en un alarde de total descortesía, ni le contestase. Y que Azaña, violentísimo ante la actitud del monarca, tratase de “justificar” cómo llegó la Segunda República a España. Conociendo la gran inteligencia de Azaña, seguro que jamás se justificaría por nada, menos aún ante un monarca impuesto por Franco. Es más, hasta es probable que Azaña le recordase a Juan Carlos que su abuelo se había colocado al lado de Miguel Primo de Rivera un 23 de septiembre. También, que hubo un posterior Pacto de San Sebastián, etcétera. En resumidas cuentas, que Alfonso XIII y Constantino de Grecia recogieron lo que sembraron. Fueron dos pusilánimes; o, mejor dicho, dos insensatos que se ganaron a pulso el desprecio de los ciudadanos.

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