lunes, 8 de enero de 2018

El muerto vivo


Se cuenta en la Biblia que cuando Lázaro murió, el Mesías dijo que la muerte es un sueño del que se puede despertar. Lo que ya no comprendo es como en el siglo XXI tres médicos diesen por muerto a un ciudadano en estado cataléptico. Cualquier galeno que se precie de serlo, antes de emitir su opinión está en el deber de acercarse hasta donde se encuentra el posible cadáver, hacer una inspección ocular, auscultarle, mirarle la dilatación de las pupilas, etcétera, antes de poder emitir el correspondiente certificado de defunción. Y si en vez de un médico hay tres, es más difícil cualquier equivocación. Lo sucedido con Gabriel Montoya Jiménez, de etnia gitana, en la prisión de Villabona debería avergonzar a la clase médica. Introducirle en una bolsa y enviarle al Instituto de Medicina Legal de Oviedo para practicarle la autopsia tras el preceptivo levantamiento del cadáver por orden de un juez sin haberse asegurado de comprobar sus constantes vitales, pone de manifiesto cómo funciona en España el régimen penitenciario. Gabriel Montoya Jiménez llegó al Instituto Anatómico a bordo de un coche fúnebre y salió de allí en una ambulancia con destino al Hospital  Universitario Central de Asturias custodiado por miembros de la Guardia Civil. De alguna manera, Gabriel Montoya Jiménez ha hecho buena la canción “El muerto vivo”, de Peret referida a su amigo Blanco Herrera: “Y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no, y no estaba muerto no, no, estaba tomando caña, oleré lelé...”. De haber vivido hoy Luis García-Berlanga seguro que hubiese tenido guión para una gran película

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