viernes, 16 de febrero de 2018

Elogio del viejo periodismo





El periodismo de calle ha muerto para siempre como están muriendo a toda prisa los “periódicos de butacón”, aquellos diarios que, salvo los lunes, nos ocupaban toda una tarde y parte de la noche, si llegaba a casa una inoportuna visita y, cómo no, si incluíamos la lectura del horóscopo y el tiempo que nos llevaba hacer el crucigrama de Pedro Ocón de Oro, que también hizo jeroglíficos para las cajitas de cerillas de Fosforera Española. Nunca aportó las soluciones. Después de comer a mesa y mantel (no de cualquier manera, como se hace ahora) muchos españoles se sentaban en la butaca de orejas con un periódico del tamaño de una sábana y a los quince minutos ya están echando una cabezada. Los que como yo acostumbrábamos a leer el ABC, cuando el ABC era “el verdadero”, claro, lo teníamos mucho más fácil. El diario de la madrileña calle Serrano era de formato más reducido, aunque siempre a cinco columnas, y la bendita grapa  evitaba que cada hoja doble se fuese por un lado. Te despertabas de la siesta y seguías con la lectura de una “Tercera”, el problema de ajedrez, o el chiste de Mingote, que además de humorista y otras muchas cosas, fue alcalde de El Retiro por un día, concretamente el 16 de junio de 1982.  E incluso dictó un bando: “Que El Retiro se quede como está”. Podría escribir horas y horas sobre ese genio, al que una vez le pedí un autógrafo y me regaló un dibujito que tengo enmarcado. Pero como reza el título de una película de Rafael Azcona, “los muertos no se tocan, nene”. Como decía al comienzo, el periodismo ya no es lo que era.  Fueron desapareciendo cuando de las redacciones se trocó el tableteo de las ruidosas máquinas de escribir por los ordenadores, los ratones y unas  pantallas que estropeaban la vista. Ahora hay comunicadores, que es cosa diferente. Luchan por salir en las tertulias de las televisiones para aportar un ramillete de tópicos o para insultarse unos con otros de la forma más despiadada. También se ha perdido el “buen castellano”. Como dejó escrito Ignacio Ruiz-Quintano a propósito de la muerte de Manuel Martín Ferrand, “en periodismo, o se hace precisión, o se hace literatura, o le calla uno”. Recuerdo que en aquel mismo artículo, Ruiz-Quintano anotaba que “el clima determina muchas vocaciones”. Y ponía como ejemplo una charla entre Eugenio d’Ors y José María Pemán en el Hotel Norte y Londres, de Burgos.  Decía D’Ors a Pemán: “Aquí, mi querido Gran Capitán, no se puede hacer otra cosa que lo que hizo el Cid. Irse a conquistar Valencia para comer naranjas y bañarse en el Mare Nostrum… Lluvia, más lluvia, brumas… ¡Y luego esa catedral tan feísima!”. Se nota que a D’Ors no le gustaba el arte gótico y que brotaban de sus palabras su gran deseo de que las tropas rebeldes desalojaran el Gobierno de la República, entonces instalado en la capital del Turia, y también a Manuel Azaña de la casona en La Pobleta que adquirió José Noguera en 1926,  en pleno corazón de la Calderona, bajo el cobijo de los riscos de Rebalsadors y muy cerca de la cartuja de Portaceli, entre frondosos árboles…

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