viernes, 9 de febrero de 2018

Patrimonio emocional





El patrimonio emocional de los pueblos de España es algo que no está suficientemente catalogado en esos libritos que venden en las tiendas de souvenirs ni regalan en las oficinas de Turismo de los lugares más visitados. ¿Cuál es patrimonio emocional de Ávila? ¿ Y de Toledo?  ¿Y de Segovia?...  Nadie lo sabe. De momento sólo se conoce el patrimonio emocional de Sevilla. Lo tiene reflejado Antonio Burgos en sus artículos del ABC, como los tuvo reflejados en su día José María Pemán, tan empeñado en hacer franquista a Manuel de Falla. Al margen de las ideologías, que esa es harina de otro costal, lo cierto es que la expresión de lo inefable, como es la poesía, la música, el olor de una fragancia o, en este caso, el patrimonio emocional de los pueblos, son todos ellos difíciles de transmitir sin dejarnos algo en el tintero. Recuerdo algunas “Terceras” de Pemán en el diario de los Luca de Tena capaces de dejarme pensativo toda una tarde. Algo parecido me sucedía con Manuel Halcón, Alonso Zamora Vicente, Manuel Alcántara o Antonio Díaz Cañabate. Hoy. Antonio Burgos, en “Sevilla, una emoción”,  apunta detalles que sólo los comprende el que conoce su terruño: “La bofetada de olor a dama de noche cuando sales ya puesto el sol después de un día de infinita calor, una vez que con la mareíta del atardecer ha refrescado algo”. (…) “Las monjas asomadas tras la celosía del convento de la Encarnación viendo a la Virgen de los Reyes y la campana de su espadaña volteando en un repique que desafía a la Giralda”. (…) “El silencio de la plaza del Arenal una tarde de cabales, sin farolillos, donde para ver hay que callarse”…  Cierto, a veces para ver hay que callarse. Con la bulla no se ve nada porque ciertas cosas, como la emoción, necesitan el pleonasmo del silencio mudo para poder ser palpadas, como la última flor del almendro, o el rastro de incienso y esos trozos de misterio que deja el paso de una procesión por una estrecha callejuela con sonidos negros de campanilla de torrecilla de monasterio, dócilmente repicando.

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