jueves, 1 de marzo de 2018

Recordando a Pereda





Tal día como hoy, en 1906, moría en Santander, su casa de  la calle Hernán Cortés, más conocida como el Palacio de Macho, José María de Pereda y Sánchez Porruá. Esa luctuosa circunstancia queda perfectamente reflejada en el cronicón  de Fermín Sánchez González, más conocido como Pepe Montaña. (“La vida en Santander, 1900-1949” T. I, pp. 127-128, Imp. Aldus, Santander, 1949) extraído “como en galería de museo, estampas y cuadros realistas, aguafuertes y dibujos de interesantes aspectos de la historia y costumbres de la vida de nuestra ciudad en los primeros cincuenta años del siglo en que vivimos”,  como contaba en su prólogo a la edición de 1949 Tomás Maza Solano, cronista oficial de Santander. Lo “montañés” era una forma de diferenciar lo referente a la Castilla la Vieja que miraba al mar y a los Picos de Europa frente al extenso páramo mesetario y seco que componía aquella región y que hoy tiene vida propia como comunidad autónoma  uniprovincial que se denomina Cantabria, la de los Nueve Valles. Cántabro deriva del ligur “cant” que significa piedra unido al sufijo “abr”,  es decir: “pueblo que habita en las peñas”. Sobre los cántabros ya escribió Marco Porcio Catón en el siglo II a. C. al hacer referencia en su obra “Orígenes” al nacimiento del río Ebro “en tierra de cántabros”. Pero a Cantabria también se la conoce como La Montaña y La Tierruca. Y Pereda, el hombre que mejor conoció el costumbrismo de su tierruca, moría, como decía, tal día como hoy. EL cronicón de Pepe Montaña es interesante:

“El Cabildo catedralicio, la Diputación y el Ayuntamiento se reunieron con toda urgencia en sesiones extraordinarias. Los acuerdos fueron unánimes. En el Ayuntamiento, don Pedro Bustamante, como Alcalde, presentó una moción, que fue aprobada sin discusión, antes, al contrario, con frases glorificando la vida y la memoria de aquel excelso cantor de la Montaña, incluso por los republicanos de izquierdas. Los honores póstumos fueron acudir en Corporación, y con el pendón de la ciudad, a los funerales y entierro, trasladarse a la casa mortuoria para dar el pésame a los familiares y erigir un monumento en los jardines de su nombre, y al día siguiente, después de los funerales, la Corporación en pleno presidió el duelo en el entierro, acompañada del Gobernador Civil, el Comandante de Marina, el Presidente de la Diputación, el Deán y los hijos del finado, don José, don Salvador y don Vicente. (…) Con tristeza caminaba aquella muchedumbre tras el coche mortuorio, tirado por seis caballos, pero sin una sola corona ni condecoración. Únicamente sobre la caja se colocó la medalla de académico, siguiendo las normas de la Real Academia Española, y delante de una gran fila de coches, en cabeza de ella, un coche con los faroles encendidos y cubiertos con crespones negros. Era el coche familiar, el que tantas veces en sus últimos años llevó aquel gran señor, que hasta en el vestir y en su pergeño era un hidalgo”.

Pepe Montaña dejó constancia de que llovía sin cesar mientras la comitiva avanzaba lentamente hasta el cementerio de Ciriego por las calles del Martillo, por el Paseo de Pereda, por Atarazanas y por las Alamedas hasta Numancia. En 1893 se había suicidado su primer hijo, Juan Manuel, al tiempo que Pereda escribía el vigésimo primer capítulo de “Peñas Arriba”,  su último libro. En el manuscrito colocó una cruz justo en el punto que estaba escribiendo. Por aquellos días publicó su obra “Pachín González” ideada sobre la desgracia del vapor “Cabo Machichaco”,  atracado en el puerto de Santander con un  cargamento de dinamita, en noviembre de aquel año. En 1904 sufrió una apoplejía que le dejó hemipléjico del lado izquierdo. No volvió a recuperarse.

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