lunes, 14 de mayo de 2018

Estirar los espejos



Manuel Vicent ataca en El País la fiesta de los toros y señala que “el hecho de que unos ministros del Partido Popular canten con fervor Soy el novio de la muerte al paso de la procesión de un Cristo muerto llevado por brazos legionarios no es muy distinto a que, después de una sarta de puyazos, estocadas y descabellos, se aplauda con entusiasmo desde una barrera de Las Ventas a un toro ensangrentado, que se llevan al desolladero las mulillas”. Tiene razón Vicent cuando añade que “es un espectáculo rancio y anacrónico que ya no está a la altura de los tiempos”. (…) “En este sentido, la Feria de San Isidro solo es compatible con los escaparates galdosianos del viejo Madrid donde aún se exponen bragueros y suspensorios de estameña, lavativas y aparatos ortopédicos que ya nadie usa”. Sucede lo mismo con la Monarquía y con aquellos certámenes literarios donde se concedía la flor natural al mejor soneto con estrambote. Pareciera que los españoles nos mirásemos cada mañana en los espejos deformantes del madrileño Callejón del Gato, donde las imágenes se deforman para crear el esperpento. Decía Valle-Inclán que “España es una deformación grotesca de la civilización europea”. Pero ese espectáculo decadente de los espectáculos taurinos todavía recibe el beneplácito de una derechona gobernante que la ha declarado Fiesta de Interés Cultural e incluso permite la asistencia de niños a semejante barbaridad cruenta. Esa derechona rancia y cutre, digo, tan decadente como los calzones largos de felpa, todavía cree estar manejando los hilos del poder como en los tiempos de Romanones. Y, la verdad, que el rey emérito y su hija Elena asistan a los toros con asiduidad y permitan que los toreros les hagan brindis quedando bonitos no ayuda a estirar los espejos para que las figuras en ellos reflejadas se vean con normalidad, como debe ser.

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